Final abierto

28 Abr

General San Martín hoy amaneció con sol.

General San Martín hoy amaneció con sol, escribo. Y el punto de esa oración me hace saber que ya está, que lo he dicho todo en siete palabras.

Porque volvimos. Esta mañana me desperté y encontré el olmo del otro lado de la ventana. El olmo que bajo su sombra no deja crecer pasto. Hay un verde fosforescente en el suelo y debajo del árbol sólo tierra seca, de la que siempre reclama agua. Me gusta más por esa marcación que hace de su territorio. El olmo es olmo por sus raíces, por la copa, por la sombra. De algún modo esa sombra que mantiene a raya el césped a mí me hace florecer. Me fundo en él hasta en su lado más miserable así como siento el cuerpo lleno de caracoles, y su rama que sostiene la hamaca es como mi brazo que empuja al nene en el balanceo. Estoy plantada en este pueblo, pero tremendamente viva.

General San Martín hoy amaneció con sol, sí. O no. Yo amanecí soleada. Sin pensar en médicos ni en tratamientos. Sin sentir miedo. Sin extrañar la vida de antes. Llegué al ahora. Hay una paz acá adentro, en mi estómago, que me hace infinita en días donde hasta mi inconsciente me dibuja más finita que nunca.

Ya no estoy al borde de ningún abismo y eso raja la tierra: es momento de saltar hacia adentro de mí misma. Hay una historia que en estas líneas se termina. Con este post se acaba.Es un sentimiento raro, pero nada más bello que tener conciencia del final. De llenarse la boca de palabras y tragarlas para no olvidar el sabor que dejan en la punta de la lengua. Es esa sensación que tuve el viernes al dejar el departamento de Buenos Aires. En dos vueltas de llave sentí el peso de esos nueve meses de malas noticias, pañuelos en la cabeza, cirugías. Lloré ahogada mientras arrastraba las valijas al ascensor. Ahogada de alivio. Fueron dos vueltas de llave para salir al encuentro del aire que te deja respirar. Eso, exactamente eso, es este cierre: la vida me está dando la oportunidad de tener un final feliz, demasiada no-ficción como para desperdiciarla.

Entonces, decía, General San Martín hoy amaneció con sol.

 

 

 

***

gracias a mi hijo, porque sopla e inventa el mundo.
gracias a Cristian, mi algúndíamarido, por no ser la otra mitad, por mantenerse siempre entero, por dejarme ser yo misma.
gracias a mis papás, a mi hermana, por todo. y la pucha, «todo» es una palabra demasiado inmensa.
gracias a mi suegra por esperar siempre un nuevo post.
gracias a mis amigas natalia dominguez, ana prieto, patricia serrano y marina abiuso. este blog existe porque existen ellas.
gracias infinitas a los que pasaron por acá y me acompañaron en este viaje y se metieron en mi vida y me hicieron sentir que me conocían desde siempre.

***

Aproximación a la felicidad

4 Abr

¿Qué se se pide al soplar las velitas de los dos años, V?
Decime, decime y lo anotamos.
¿Acaso se pide algo? Para mí que no,
que por entonces la vida basta tal como es.
No debe existir un ahora tan aboluto como a esta edad tuya.
Escribamos eso en un papelito,
no el deseo que podría ser sino este instante
-que es pasado y es presente y es futuro-
como deseo permanente
y guardémoslo en una caja con el par de medias que estrenaste al nacer
y el primer raspón que te hiciste en las rodillas, el mayo pasado,
cuando te largaste a caminar.

Enmarquemos esa foto que nos sacamos con papá en Madryn
antes de que empezara nuestro invierno.
Traeme las zapatillas rojas y negras talle 23, total no te entran más.
Arranquemos goma espuma de las almohadas de la cama grande
como comprobante de que aún dormimos juntos,
con registro de las veces en que quiero devolverte las patadas
y otras en las que sólo me rindo a la noche
porque siento tu brazo rodeándome el cuello.

No, hagamos de cuenta que los berrinches no entran en la colección.
Ni mis gritos viscerales, obviamente.

Recortemos un pedazo de las paredes que rayaste con crayón.
Dame una miga de las medialunas que te regalan las panaderas del barrio
o una pizca de todos los helados de crema del cielo de este verano.
Alcanzame un pata de la silla
que aprendiste a arrimar para llegar hasta la perilla de la luz.
Metamos al menos cinco segundos de esas mañanas en que despertás
y tarareás algo que suena como el arroz con leche.
Quiero uno de tus rulos despatarrados. Esperá que busco la tijera.
Y tomá mi cielo, guardemos también este link
con tu risa 
que se viraliza.

Vení, pongámosle un moño a la caja,
hagamos de cuenta que es un regalo de mentirita.
Un regalo que hoy nos hacemos para los tres por estos dos años juntos.
Aquí vendremos a meter las narices cada vez que se nos de la gana,

sólo para recordar,

amor de todas nuestras vidas posibles,
que los años difíciles no existen si no perdemos de vista lo importante:
las aproximaciones cotidianas a la felicidad

que llegan      siempre      con vos.

 

 

 

 

 

 

El mapa y el territorio

20 Mar

Casi la medianoche del miércoles 19 de marzo. Me voy a bañar, quiero calentar el cuerpo. Y otra vez el espejo mostrándome desnuda. En nueves meses ese reflejo ha mutado tanto que me observo con desconcierto. A veces con desolación. Ahora me tildo observando los siete tatuajes que me hicieron. Creí que eran seis y la pucha, acabo de descubrir otro. Mis mamas perdieron casi toda la sensibilidad tras la mastectomía, por eso no me dí cuenta. Son puntitos. Tres sobre el pecho que estuvo jodido. Uno algo más al borde del límite del cuerpo. El quinto en la zona llana que separa una mama de la otra. El sexto sobre el brazo derecho, diez centímetros por debajo del hombro. El último, el que se escapa siempre de todos los escotes, en la zona supraclavicular. Parecen hechos con la punta de un lápiz. Van del negrolunar al verdeazulado. Son las coordenadas para que la radiación sea exacta, me dijeron hace un rato, en la primera sesión de radioterapia. La primera, de 25.

Me marcaron además con fibrón indeleble. Rayas a cada lado de la cintura, como cuando una deja en la pared el rastro de la altura de los hijos. Trazaron un semicírculo que contornea la teta izquierda. Y ahora que estoy por entrar a la ducha pienso que lo primero que voy a hacer es  borrar la X que dibujaron sobre la zona donde estuvo el tumor. Qué fracaso de tesoro.

Me miro en el espejo y escuchame Michael Scofield: a mí este mapa también me va a sacar de prisión. Seguir leyendo

Manteles en el alambre

20 Feb

No hay noción más inmensa de estar en casa que tender el mantel en el alambre.

Eso sentí el mes pasado -cuando estuvimos en el pueblo- al colgar ese retazo de tela a cuadrillé verde con margaritas desparramadas sin gracia, ponerle broches para que el viento pampeano no se lo llevara y esperar a que el sol lo secara. Hubo tardes en que mi hijo se hamacaba y yo me escondía detrás del mantel. Me vía los pies. Me sabía detrás. Entonces yo avanzaba y el mantel me iba envolviendo y descubriendo de a poco hasta que se despegaba de mi cara y ahí estaba yo: la má. Le he sacado fotos a los manteles porque nombraban algo que hasta ayer me costaba poner en palabras. 

Ayer, ya en Buenos Aires, fui a Otra lluvia libros a buscar Criminis Causa, que escribió mi amigo Juan Carrá. Y después me quedé chusmeando literatura infantil. Me puse a conversar con Cecilia y me quedé casi una hora. Era la primera vez que salía de casa desde la última cirugía. El 13 de febrero volví a pasar por quirófano. En diciembre había sido la mastectomía bilateral, ahora era el turno de la reconstrucción mamaria. Me enamoré de Chigüiro y el Lápiz de Ivar Da Coll, aunque compré Buenas noches Gorila de Peggy Rathman. Quedé fascinada con La Maestra de Susana Mattiangelli y antes de irme me senté a leer Hay días de María Wernicke. Cecilia me preguntó si lo conocía, me dijo que era maravilloso todo lo que hacía W, que trataba el tema de la ausencia. Y fui tras él.

Sólo recuerdo los manteles del libro. Seguir leyendo

El niño permutado

9 Feb

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Puebloreconciliándome

3 Feb

– Escuchá -me dijo algúndíamarido.

Era la hora del almuerzo. Me detuve junto a la mesa. Tenía los tres platos en la mano y no me animé a apoyarlos para tratar de descifrar qué pasaba afuera. Giré un poco la cabeza, como si quisiera sacar mis oídos por la ventana para que llegaran hasta donde mis ojos no podían.

– ¿Qué? – a mí la audición me fallaba, a mí me aturdía tanta calma, me desesperaba. Hasta que habló.

– NO SE ESCUCHA NADA.

*

A fines de diciembre volvimos al pueblito pampeano y ésta es la última semana aquí, debemos regresar a Buenos Aires para seguir con el tratamiento. Todas las mañanas cuando me despierto lo primero que hago es abrir la ventana para ver el olmo, mi olmo, para tener la convicción de que estoy de nuevo en casa. Son micro segundos, casi inconcientes, como lo que sigue. Una empieza a moverse casi por inercia, a hacer las cosas que hace cualquier persona que no tiene más preocupación que prepar el almuerzo, comprar el pan para mojar en la salsa, cambiar un pañal antes de que desborde, aprovechar cuando el crío duerme para  leer un libro, ir a la plaza a la tarde o correr detrás de una pelota por la vereda a las once de la noche. De pronto todo se convirtió en eso: en la vida como era antes. Seguir leyendo

Una es escritura

17 Ene

Eso me dijo Josefina Licitra un día, en nuestra ida y vuelta de mails: «una es escritura». Y me deshice en palabras, me levanté en palabras. Por alguna razón que tenía que ser, los meses más tristes y raros de mi vida, los viví cerca de ella. No la conocía personalmente, solo de leerla tanto, tantísimo. Y Jose fue atravesando la pantalla con sus correos hasta hacerse roca. Poderosa, indestructible, capaz de arrojarse contra una ventana y romper los vidrios, firme como para sentarse a llorar sobre ella. Y se subió a un ovni celeste conmigo y nos fugamos, pero no hubo abismo, hubo un intercambio epistolar que se publicó en ORSAI 16: «Las cartas de Thelma y Luise«. Y sané de todas las formas posibles. Empieza en página 63, pero lean toda la revis, está imperdible. Gracias Jose. Gracias Chiri. Gracias Hernán.

 

ORSAI 16

Nosotras

6 Ene

Nos llevamos dos años y medio de diferencia. Al principio se notaba, claro. Tal vez dejé los pañales antes de que ella usara el primero. Quizá le baboseé su chupete cuando solté el mío. En un tiempo fui mucho más grande como para afirmarme en su catre y tumbarla al piso. Suficientemente mayor para instalar el pizarrón en sus narices y hacer de maestra. Alguna vez tuve el poder de dar las órdenes y que ella acatara. De subir la antena de la radio y abrir el libro que había armado con recortes de noticias que pegaba sobre las hojas que nos regalaban de la quiniela y convencerla de que ambas eramos buenas locutoras.  No me duró mucho. Ella creció rápido. Creo que a los 5 ya me alcanzaba en altura. Para peores mi madre compraba un retazo de tela y la modista sacaba dos prendas iguales. Camisas, por ejemplo. Camisas que en los 80 se usaban con unos cuellos desmontables más inmensos que un babero. Recuerdo una vez que estando de vacaciones una madre, en el intento de que su hijita dejara de llorar, nos señaló: «mirá las mellicitas».

Quitando que medíamos casi lo mismo y que luego me sacó ventaja y ahora ya por siempre me llevará 10 centímetros, nunca nos parecimos en nada. O bien todo empezó como un juego que luego se hizo identidad. Ella robaba caramelos del negocio de mis padres y yo la descubría comiéndolos detrás del sillón del living pero jamás la delataba. Estaba siempre a punto de trompear a alguien cuando a mí me elegían mejor compañera. A la siesta si se enojaba conmigo armaba su bolsito acuadrillé de preescolar, metía una bombacha y un camisón y me juraba que se iba a vivir de la abuela, yo corría atrás de ella suplicándole que vuelva y le tendía la cama una semana entera. Ella salía en todas las fotos chinchuda, haciendo trompa, empacada con el mundo y yo solía mostrar una sonrisa, o media sonrisa, de pendejita bien domesticada. Mi hermana era de las que abandonaba todo a la segunda clase porque no le gustaba o simplemente se aburrió y yo de las que terminaba  por el simple hecho de haber decidido empezar. Fruta verde para ella, manzana arenosa para mí. Libros de poesías vs Los Palmeras sonando a lo que dé. No la soporté más cuando entré a la adolescencia y la descarada se ponía mi jeans preferido (a lunares con rosas, por dios, cuánto daño nos hizo la moda noventosa!) para ir a su clase de piano.

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2013: te lo perdono todo

26 Dic

Diciembre 2013 (169)

Regar el cantero

10 Dic

Entrar a un quirófono es sacar boleto para la montaña rusa y con el ticket en la mano sólo querer subir para bajar cuanto antes.  Ese instante en que besas a tu hijo en la cabeza y lo dejás en casa, ese segundo en que te suben a la camilla y mirás para atrás y ves a los que te aman que se ahogan en rezos y suspiros y lágrimas y fantasmas, ese fragmento de tiempo en que te das cuenta, de nuevo, que sólo sos vos, que estás sola. Hasta que aparece el anestesista y sentís que te ganás la sortija de la calesita. Cuanto te dormís todo se acaba. Fue el jueves a la tarde. Cinco horas después volví a la vida. Estaba en una sala de recuperación. La enfermera vió que no podía mover los brazos para secarme las lágrimas, preguntó si me dolía algo. Le estiré la mano. Necesitaba asegurarme de que estaba ahí, con alguien sosteniéndome el futuro. Lloré como lloro siempre, escupiendo hasta el corazón por los ojos. Y sólo me salió decirle: quiero a mi bebé, quiero a mi bebé.
Hoy ya estoy en casa, recuperándome, aliviada, en paz. Tengo 3 mm de pelo, estoy destetada y arrastro tres drenajes que me hacen sentir un árbol de navidad. Pero el pibe no se inmuta, nada le parece fuera de lugar. Entiende que no lo puedo tener a upa. Sabe que es su turno de hacerme sanasanacolitaderana. Él me ve con sus ojos oscuros como siempre. Tan entera como siempre. Entonces ahora Luna Monti y Juan Quintero cantan Regalitos y a mí se me atragantan todos estos meses, con la diferencia de que recuperé el cupo para tragarme los miedos maternos porque siento que tengo tiempo para la revancha, tiempo de  guardar «para siempre y por si acaso, bebé, lo más puro de mi vida, un cantero de besos y de abrazos, bebé, para verte florecido». 


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