De caracteres y municiones

No me sigan en twitter, no se aburran conmigo. Nunca tengo nada interesante para decir. No me salen las frases geniales. Pierdo inspiración ante la espontaneidad. Y mis niveles de egocentrismo son descomunales. Porque ahí soy un poco lo que critico. Ahí hablo básicamente de mi sueño: de mi no sueño, de lo mala persona que te hace el no dormir, de lo monstrua y jodida que te sentís. No me sigan en twitter porque amanece y escribo: buenos días los suyos. Y me alegro cuando alguna mañana, otra que durmió para el culo, replica el saludo. No me sigan porque las acuso de que todas mienten. Porque me quejo tremendamente del chango, sin reparo, sin hartazgo. Porque también caigo en la ñoñeria de repetir hasta el cansancio que mi pibe es el más lindo del mundo.

En twitter me siento como en casa, puedo andar en patas y hablar con la boca llena y quejarme del frío. En twitter festejé mis 32 años. Encuentro a diario otras locas de mierda que hacen que no me sienta sola, aún sola en este pueblo en el ombligo de la nada. Y ahí también conocí amigas, las que están en el minuto a minuto y te tiran un pañuelo cuando llorás desconsoladamente porque el nene se cayó y se cortó la frente, o te invitan a pelear al barro o te dicen en un tweet: avisame cuando llegás a destino o que te extrañan (sí, en la virtualidad también se extraña). Hacia allá voy cuando me encierro en el baño y el inodoro es la trinchera y los caracteres mis municiones. En twitter a veces me siento en 1984, de George Orwell y me da cosita que mi nombre se lea ahí, al lado de las imbecilidades que escribo, pero una elige quedarse. Escupirlo todo es como ir tirando las mochilas que una carga, ir sacándose las piedritas que se nos metieron en los zapatos o acogotando con palabras a los desubicados y opinadores de la vida.  Tanto que aún me lamento no haber encontrado este barcito antes.

Pero hay veces que me voy de twitter. Apago la luz, cierro la puerta y subo a un auto y hago más de mil kilómetros para ir a la tierra donde nací y comer locro con mis papás o bañacauda en lo de mis suegros. Y quedarme una siesta tirada en la cama grande con mi hermana cuchicheando de la vida con el niño en el medio de las dos, durmiendo profundo. O ver cómo padre e hijo pierden babas concentradísimos en el vuelo de avioncitos de aeromodelismo. O darme una vueltita para besuquear a los críos de esas amigas con las que vivimos juntas la ruta de la maternidad. O sentarme al sol a sacarle fotos al nenito jugando con sus primas. Y la pucha que hace bien desconectarse del teléfono y dejar de pensar en 140 caracteres. Mirar a los ojos al otro cuando te habla. Quedarte de sobremesa y decir en voz alta lo que estás pensando. O callarte la boca antes de largar una pelotudez. De a ratos es bellísima la vida sin twitter, y Liniers lo dice muy bien. Muy.

Ahora, cuando te volvés a subir a la ruta, camino de regreso y ves esas calcos de familias tipo que están pegadas en los autos, esos padres con corbatita, esas madres ridículas con colita atada en el centro de la cabeza y te ponés a contar cantidad de hijos y a diferenciar mascotas… zas: el pajarito azul ya te comió la cabeza. Y ahí estoy de nuevo diciendo: hola mundo cruel, y buscando a alguien que me acompañe a tomar un café.